Confusión

              Se suele decir, con frecuencia, que estamos en tiempos convulsos. Y no les falta razón a los que así califican a la situación mundial. Pues los problemas de salud, la economía, el paro,  la migración… pueden ser conceptualizados con los diferentes significados del término “convulso”.  En España, junto a la convulsión que abarca lo anteriormente dicho, más lo institucional, vivimos unos momentos de absoluta “confusión”. Confusión por falta de claridad sobre nuestro presente, y por los nubarrones que oscurecen nuestro futuro.

              La lengua artística (literaria, pictórica, musical…) se alberga en códigos crípticos, creados por los propios autores. De ahí que se haga difícil su comprensión, y la necesidad de críticos o analistas que nos acerquen a la polisemia de cada obra: “El sueño”, de Picasso, “Hamlet”, de Shakespeare, la “Sinfonía Nº 7”, de Mahler. 

              Lo sorprendente es que las decisiones políticas del Gobierno español necesiten de exégetas. El evangelio de la Moncloa ve la luz a través de los apóstoles Montero, Calvo e Iglesias. Las contradicciones entre los tres siembran a diario la confusión entre los ciudadanos; si no se le suman la ministra de Igualdad o el vigilante de nuestra dieta, el Sr. Garzón, para aumentar la perplejidad. La última y más sangrante decisión ha sido el veto del Gobierno a la presencia del Rey en la entrega de despachos a los nuevos jueces. Veto que no ha sido razonablemente justificado, pero que ha motivado un aluvión de interpretaciones en todos los medios de comunicación, y especialmente en el gremio de tertulianos: Prohibición de los separatistas; motivos de seguridad, ante la  Sentencia sobre la inhabilitación de Torra; condición para aprobar los presupuestos por parte de Bildu y de Ezquerra… Confusión. El Presidente, ausente. Y sus apóstoles Iglesias y Garzón, ante la crítica de Jueces y de toda la derecha, han revelado el verdadero motivo: el secuestro progresivo del monarca, su confinación en la Zarzuela, en la lucha que abanderan por la Tercera República.

Las monarquías caerán por su propio peso y  por su anacronismo. Pero en estos momentos de caos económico, social, sanitario, educativo…  no se debe desmontar la estructura del Estado, ni imponer el pensamiento único a toda la sociedad. Hay que salvarse juntos. Sin redentores.

Publicado en IDEAL de Granada el martes 29 de septiembre de 2020

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