Ética de la ejemplaridad

            Javier Gomá, en «Universal concreto», propone un sistema ético basado en la ejemplaridad. Nos dice que la ejemplaridad es el “canon de la excelencia humana”. Aunque parece novedoso, no es original, porque su propuesta, «Sé ejemplar, conviértete en un ejemplo fecundo para los demás, ejerce sobre ellos una influencia emancipadora, invítalos con tu vida a reformar la suya”, no es otra que el imperativo categórico kantiano. Toma, también de Aristóteles los términos de «virtud» y «hábito», y de Platón, la idea de que el «bien», el ejemplo bueno, para Gomá, arrastra a quien lo conoce o contempla. Pero este mimetismo no es lo corriente.

                Su propuesta resulta muy atractiva en un momento en que los valores sufren una profunda crisis. No cabe duda de que la persona se desarrolla a través de la imitación de comportamientos de prototipos que le resultan atractivos: sea en círculos próximos de la familia, la escuela, la pandilla…, sea en el ámbito  del deporte, de las profesiones, del ocio… Sea en el controvertido mundo de las redes sociales.

Resulta descorazonador que la ejemplaridad positiva haya desaparecido en buena parte de los que gestionan nuestra salud, nuestra seguridad, nuestra educación y nuestro patrimonio. Cuando «ser persona pública lleva implícito estar concernido por el imperativo de la ejemplaridad, ante el que responden todas las personas, y todas las dimensiones de la persona, incluidas aquella designada usualmente como vida privada», escribe Gomá. Es evidente que hay parte de la vida personal que escapa al ámbito del derecho. Pero nuestros dirigentes no pueden dar el espectáculo grosero, de latrocinio, de vida disoluta, de incumplimiento de las leyes, de falta de respeto que estamos soportando un día tras otro. Como hemos recogido en la cita, estas personas están sujetas al imperativo de la ejemplaridad en lo público y en lo privado. Para Platón, el gobierno de la ciudad correspondía a los «sabios», que, además, eran, por naturaleza, «justos, buenos». ¡Ay, qué pena! Nosotros estamos regidos por analfabetos, indocumentados, corruptos, farsantes… Zaratustras indignos que han transmutado los valores de nuestra sociedad al nihilismo de las cloacas en las que ellos bucean.

Cada sociedad ha tenido unos valores de los que participan todos sus miembros. Lo hubo en los griegos, en los romanos, en el medievo…, y lo debe haber hoy. Pero, en el momento presente, desde un análisis sereno, no encontramos en el Parlamento un proyecto territorial de España claro, ni de política internacional (Marruecos, Sudamérica, África, Rusia-Ucrania, Israel-Palestina), ni de política del agua, ni de educación, ni de agricultura, ni de industria… Y esto nos ha sumido en una crisis política, institucional y social que «apenas tiene otro resultado que la desmoralización y la desesperanza».

Desgraciadamente, sin una reacción generalizada contra el nepotismo político, la falta de ejemplaridad, de transparencia, contra la malversación despenalizada, contra los cargos ineptos de libre elección, contra la legislación «ad hoc»…, la regeneración se vislumbra lejos.

Publicado en IDEAL de Granada el sábado 16 de marzo de 2024

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