Procrastinación

            La creciente confusión en la que los políticos, dueños de nuestra hacienda y de nuestra libertad, nos tienen sumidos, está provocando una parálisis en nuestras decisiones, que amplía el campo de lo que los psicólogos han llamado, con un rocambolesco tecnicismo, “procrastinación”. Con este vocablo, de origen latino y utilización patrimonial en italiano, recogen el comportamiento de las personas que aplazan permanentemente para mañana (“pro-cras”) una acción que deben realizar ya.

              Este comportamiento, desde mi punto de vista, tiene su origen en tres factores, que pueden ser patológicos o no. El primero es el de quienes, adictos a las múltiples formas de entretenimiento que ofrecen las nuevas tecnologías, o víctimas de la hiperactividad o de la vagancia, no tienen fuerza de voluntad para realizar las actividades que su formación, su vida familiar o su profesión demandan. Y aquí han encontrado un amplio campo de trabajo los profesionales de la “psique”. Pero siempre necesitarán la colaboración social y familiar.

              Hay un segundo factor que determina la dilación en la ejecución de un acto: el carácter. Hamlet, conforme a los cánones de la época, se ve obligado a vengar la muerte de su padre en las personas de su tío y de su madre. Pero la escrupulosidad, la reflexión sobre la acción y sus consecuencias, la intención de no errar, retrasan la ejecución hasta que el azar desencadena la tragedia en la obra. Comportamiento, fruto de la estructura personal, que el protagonista no ve positivo. Pues “la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes”.

              El tercer factor es la “inseguridad jurídica” que estamos viviendo los españoles. Inseguridad que lleva al aplazamiento de inversiones industriales, inmobiliarias, de apertura de comercios… Inseguridad que ha paralizado los movimientos de los madrileños  en la fiesta de la Hispanidad, al desconocer las normas que iban a decretar unos momentos antes de iniciar la diáspora. Y este factor adquiere ya un carácter patológico. Buena parte de los políticos que lo generan se han hecho acreedores de una plaza en el histórico Centro Psiquiátrico de Ciempozuelos. Lo tienen cerquita.

              Es cierto que la conciencia puede ser patológica. No sólo cuando es resultado de una lucha interior por la búsqueda del bien, sino también cuando lanza a los ciudadanos por el tobogán del desconcierto, bloqueando la toma de decisiones.

Publicado en IDEAL de Granada el lunes 12 de octubre de 2020

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