Patologías del poder

Somos conscientes de que estamos pasando por una situación histórica de «polarización» política en nuestro país. Los representantes de la sociedad en las instituciones han creado un muro para amordazar, excluir del debate político, a los que no comparten su programa, más que sus ideas. Porque «ideas», como «corpus» organizado, coherente y eficiente de la economía, la educación, la justicia…, de lo que se quiere de España, no aparecen por ninguna parte.

Después de leer el libro de Adolf Tobeña y Jorge Carrasco, «La guerra infinita», hay que concluir que el «ariete» que mueve todo este maquiavelismo es el odio como “sentimiento intenso y duradero de aversión hacia alguien o hacia algún colectivo o doctrina que se percibe como una amenaza o un estorbo”. Ese sentimiento que quema el cerebro como una lluvia de alcohol, se transformará en placer, cuando humille o aniquile a la persona, al equipo, a la pandilla, al partido político odiado. El odio es un sentimiento personal, pero puede socializarse y compartirse con grupos familiares, deportivos, políticos, nacionalistas, religiosos… Entonces, las descargas emocionales no siguen el canal de un «yo» contra un «tú», sino el canal de «nosotros» contra los «otros», los de fuera, los enemigos.

Cuando el odio se socializa hay siempre un catalizador, un líder, capaz de arrastrar al grupo, al país, al enfrentamiento agónico, al combate, a la guerra,  como en Israel, o a defenderse de las agresiones, como acontece en Ucrania. Los súbditos se ciegan y asumen los riesgos de los enfrentamientos hasta la pérdida de la propia vida.

  Es curioso cómo se va extendiendo la idea de que la personalidad de todos los líderes de maras, grupos terroristas, políticos… está revestida de narcisismo, maquiavelismo y psicopatía. Cuando Rosa Díez, en su libro «Caudillo Sánchez», hacía de estas características (la tríada oscura) el instrumento para denigrar al presidente del Gobierno, pensé que la movía su aversión al excompañero de partido. Pero se ha estudiado la personalidad de casi todos los presidentes norteamericanos, y se les ha visto aquejados de psicopatía, que siempre lleva  asociados los otros dos rasgos.

Lo que sí parece claro es que los líderes que crean división, polarización, no son inteligentes, ni poseen una sólida formación. Ni ellos ni sus seguidores, sean de derechas o de izquierdas. Porque las personas con una vasta cultura histórica, política, filosófica…, los grandes estadistas, no cierran las puertas al diálogo, a la colaboración, al respeto a las leyes. Pero Europa carece hoy de líderes, por lo que se está sumergiendo en la polarización, con una izquierda que anatematiza a la derecha y una derecha de denigra a lo que queda de la izquierda. Y en España el enfrentamiento es esperpéntico y desmoralizador. Porque abarca al Parlamento, al Gobierno, a los Jueces, a los medios de comunicación (medios sumisos y no sumisos). ¿Quién puede solucionar esto? De momento, nadie. Porque hay que hablar de «regeneración», como los noventayochistas. Y para ello se necesita políticos con ética, honestidad, coherencia, verdad… Y tiempo.

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