Emigración

Durante los últimos años, la emigración de titulados universitarios es un tema recurrente en todos los medios de comunicación y en el debate político. Se han realizado estudios demográficos, sociológicos y estadísticos para valorar el alcance del fenómeno. Se habla de “fuga de cerebros”, de “sangría en la inversión universitaria”, de que el Gobierno “desprecia el mejor activo de la Historia de España”… Activo de mano de obra cualificada que se marcha a generar riqueza en otros países, con coste cero en su formación.

Recuerdo los años sesenta, cuando nuestros pueblos comenzaron el éxodo sin retorno a Cataluña. Hacinamiento en pensiones, en pisos de conocidos, y largas veladas en las tabernas de Badalona, Santa Coloma, Manresa…, donde el frío y las ausencias se mitigaban con el sudor que impermeabilizaba la ropa del trabajo y con el vaho del alcohol que envolvía el recinto.

Recuerdo más de una noche de Septiembre, regresando a Madrid, atrapado en el tren de la vendimia. Diez horas interminables. Maletas y cajas de cartón, llenas de embutidos y conservas, atadas con sogas de esparto, hacían imposible el movimiento en departamentos y pasillos. El calor agobiante obligaba a abrir las ventanillas, en las que pasabas la noche contando estaciones (Moreda, Linares, Valdepeñas…) y disfrazándote de Baltasar con el humo del carbón, a la espera del amanecer en Atocha. Aquel mes de la familia en Francia generaba los recursos para sobrevivir en invierno.

Tras treinta años de desarrollo económico y cultural, en los que el trabajo, en todos los sectores, se encontraba a la puerta de la casa, el fenómeno de la emigración vuelve a movilizar a una parte de la población española. No volvemos al pasado, porque, como dijo Heráclito, las aguas no retornan en el río, ni el tiempo vuelve nunca atrás. Los españoles que emigran hoy son personas cualificadas, jóvenes, en su mayoría, con títulos universitarios y másteres en sus currículos, y con conocimiento de idiomas. No son equiparables a ese batallón de obreros sin cualificar que invadió Francia, Alemania y los Países Bajos en los años sesenta. Ni al grupo de intelectuales que tuvo que exiliarse tras la Guerra Civil. No. Forman parte de lo que ya se preveía en las directrices de la E.S.O., y que los mismos políticos que la implantaron parecen haberlas olvidado: “que se necesitaba una formación abierta, pues habría que cambiar de trabajo y de lugar varias veces en la vida”.

En el Reino Unido, por ejemplo, encontramos ingenieros, filólogos, informáticos, médicos, enfermeras, odontólogos, maestros industriales españoles…, que comparten piso o trabajo con polacos, italianos, portugueses… Muchos desempeñan trabajos para los que no han recibido formación específica: cocineros, camareros, venta de guías turísticas a la entrada de monumentos, dependientes en tiendas de telefonía… Otros trabajan en empresas de nuevas tecnologías que no están implantadas en España, o en oficios que aquí están saturados. Pero la flexibilidad laboral permite un movimiento constante en busca de la mejora en el empleo y el salario.

Es cierto que encontramos numerosas quejas de gente que no está contenta al tener que realizar labores para las que no se ha preparado específicamente; pero no es menos cierto que vivimos en un mundo globalizado, no sólo en el comercio, sino también en lo profesional. Y que la experiencia de nuestros jóvenes en todo el mundo, y principalmente en Europa, es sumamente enriquecedora cultural, lingüística y humanamente. He conocido en Londres a jóvenes granadinos dentro de los parámetros que ya hemos descrito. Y no se les veía traumatizados. Con sus titulaciones universitarias en la cartera, se abrían “nuevos caminos al andar”. Esta nueva situación propicia que muchos padres podamos hacer turismo internacional con más frecuencia de la que teníamos previsto. Y debe alertar a los diseñadores de la educación y enseñanza universitaria para subsanar las deficiencias que éstas presentan en los nuevos tiempos que corren.

(Publicado en IDEAL DE GRANADA, el lunes, 28 de Julio de 2014)

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