No cabe duda de que los valores éticos que han regido, hasta hace unas décadas, la vida de los ciudadanos españoles han sido los de la religión católica. Esos valores han impregnado, para bien y para mal, nuestra cultura durante siglos.
En la actualidad vemos que hay una corriente laicista que intenta aniquilar todo valor que sea o haya sido proclamado por la Iglesia, como ésta anatematizaba, en una época, las doctrinas protestantes o las ideologías marxistas. El ataque a esta moral no es nuevo, pues baste recordar que “la religión es el opio del pueblo”, según Marx, o que “el cristianismo es la metafísica de los verdugos”, para Nietzsche, en El ocaso de los ídolos. Pero debemos aceptar que no hay verdades absolutas, ni nadie que lo haga todo bien o todo mal, como comentaba Antonio Papell en su artículo del día dieciocho, respecto a los ex-presidentes del Gobierno.
Lo evidente es que en la ética que subyace en nuestra cultura prima lo privado sobre lo público, el individuo sobre la sociedad o la naturaleza. Cuando sin naturaleza o sociedad no habría persona. Lo más que encontraríamos sería animales. Esta ética lleva a exigir permanentes prestaciones y servicios para las personas desvalidas por falta de recursos o de salud. Solidaridad, que no caridad, pues ésta ofrece connotaciones cristianas, de beaterio.
Pero resulta sorprendente que los promotores de la ética laica (no hablo de filósofos o profesores de ética, sino de políticos y educadores antivalores) no pongan de relieve lo público como único marco en el que se han de desarrollar las personas con sus valores individuales. “Si un monte se quema, algo tuyo se quema”, no debiera ser un eslogan del Ministerio de Agricultura y Pesca, que suena bien, sino un sentimiento que guíe la conducta de cada ciudadano en defensa de la naturaleza, y una conciencia dispuesta a recibir la sanción justa y proporcionada, cuando no se respeta el medio ambiente. ¿Cómo encontramos las calles y plazas de Granada las mañanas de los sábados y domingos? Esos jóvenes, que regirán pronto nuestra sociedad desde el mundo laboral o político, ¿son conscientes de la degradación personal, ambiental y económica que están provocando? ¿Tienen los regidores políticos fuerza moral para corregir esos comportamientos mediante la disuasión o el castigo? Parece que no, por los resultados que vemos.
Y en el terreno de la apropiación indebida o robo, lo público se asemeja a los mares antiguos en los que cada cual pescaba lo que podía, y a mayor barco, mayor pesca. Que dirigentes políticos y dirigentes sindicales saqueen las arcas públicas sin sentimiento de culpabilidad, sin escraches, sin una persecución pública y legal tan severa e indignada como se da en la violencia de género, por ejemplo, es un síntoma claro de que nuestra moral padece un serio tumor con metástasis. Se da en los Pujol, en los Ojeda, en los Fernández…, y se da en los “Pérez” y los “García” que cobran el paro o reciben subvenciones para campos que no siembras, o becas con las que compran la moto o el coche del estudiante…, o ayudas a la dependencia para los padres, que repartieron un suculento patrimonio, y hoy carecen de medios y de hijos que los quieran atender.
Regeneración ética, regeneración cultural, regeneración social es lo que precisa este país. “Despensa y escuela”, decían los del 98. ¿Pero quién lo regenerará? ¿Una Iglesia desprestigiada? ¿Una escuela que navega sin brújula por el mar de las reformas?¿Unos políticos sin ética? ¿Unos antisistema que, como dice Kafka, en cuanto toman el poder se convierten en burocracia, en sistema?
(Publicado en IDEAL de Granada, el 25 de Agosto de 2014)