Ateísmo

El ateísmo es, sin duda, una permanente posibilidad del hombre en un mundo en el que Dios no es una evidencia inmediata. La condición del hombre en el mundo, su condición carnal, la ley del tiempo en que está inmerso, impiden esa evidencia.

Frente al ateísmo combativo con el que Hegel, Marx, Nietzsche, Camus, Sartre… trataron de demostrar la inexistencia de Dios, hoy nos encontramos con un ateísmo que se ha hecho cultura, conducta, vivencia.

En este contexto aparece un libro que se ha convertido en bestseller en Francia: «Dios. La ciencia. Las pruebas», de M-Y. Bolloré y O. Bonnassies. Con una amplia documentación de científicos de cosmología, química, astrofísica, genética… concluyen que, tras el Big Bang, se ha demostrado que el Universo ha tenido un principio y tendrá una muerte térmica, un final. Y que la perfección del mismo, en su origen y funcionamiento, necesita un «ajuste fino», de precisión incalculable. Ajuste que no pude deberse al azar, sino a una Inteligencia suprema, a Dios. Inducción que vuelven a realizar con el paso de la materia inerte a la vida, que, por la complejidad de la molécula y del ADN, tampoco puede deberse al azar.

Con esta completísima documentación se sirven del método aristotélico del movimiento y sus causas, para llegar a una primera «Causa incausada»: Dios. Si el Universo no es eterno, tuvo un principio y tendrá un fin, hay una Causa, una Inteligencia que lo ha puesto en marcha.

Si en «Las pruebas vinculadas a la ciencia» (Primera parte) pueden sembrar la duda, incluso promover la fe en un Creador, en «Las pruebas al margen de la ciencia» (Segunda parte), basadas en las verdades sobrenaturales de la Biblia, la divinidad de Jesús, la supervivencia del pueblo judío (pueblo de Dios), el milagro de Fátima, la necesidad de una moral heterónoma y en la poca consistencia de los filósofos ateos en sus tesis, no ofrecen argumentos  convincentes para que «los infieles» acepten el bautismo teísta.

Como dice en el prólogo del libro el premio Nobel de Física en 1978, R.W Wilson, «para una persona religiosa formada en la religión judeocristiana, no puedo pensar en una teoría científica del origen del universo que coincida mejor con las descripciones del libro del   Génesis que el Big Bang». Esta teoría sirve a los autores para hacer una apología de la fe cristiana, frente a los ateos y agnósticos. Y terminan el libro con una cita de San Pablo, en los Hechos de los Apóstoles: «Dios creó a los hombres “para que busquen a Dios, por si, tal vez palpando, puedan hallarlo, aunque es cierto que no está lejos de cada uno de nosotros”».

No cabe duda de que los autores nos llevan a la reflexión sobre Dios. Es lo que pretenden, y lo consiguen. Pero viendo el mundo tan convulso y trágico que nos envuelve, desde Ucrania a Oriente Medio, África o Hispanoamérica, sin olvidar nuestro país, mucha gente podría adherirse a Schopenhauer, en “El amor, las mujeres y la muerte”: «si un Dios ha creado este mundo, yo no quisiera ser ese Dios, la miseria del mundo me desgarraría el corazón».

Publicado en IDEAL de Granada el día 24 de noviembre de 2023

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