Fenomenología del fútbol

 

El año pasado se publicó en España el libro del filósofo británico Simon Critchley, «En qué pensamos cuando pensamos en fútbol». Obra que nos hace un extraordinario análisis sobre la realidad de este deporte de masas, desde la óptica deportiva y de la afición, apuntando tangencialmente  a la mafia de la corrupción que envuelve su gestión y sus contratos, especialmente a la hora de elegir las sedes de los últimos mundiales en Rusia y en Qatar.

Aunque echa mano a textos de muchos filósofos para ofrecernos una «poética» del fútbol, será la fenomenología de Husserl y Merleau-Ponty el hilo conductor de su análisis, en el que los hechos no se ven como están en la realidad, sino como fenómenos que aparecen en la conciencia del yo. Desde esta visión, el espectador, el hincha, ve cada partido, teñido de unos colores de camisetas y banderas, acordes musicales de himnos y cánticos, de victorias y derrotas pasadas…

Analiza al equipo como una estructura, no como una suma de individualidades. «Cada equipo es una estructura móvil y cambiante que se enfrenta a otra estructura, la del equipo rival. El propósito de la estructura de un equipo consiste en ocupar y controlar el espacio. (…). Cuando el control y el pase se combinan con el movimiento y la velocidad, en un contexto donde, tras cada pase, el jugador con el balón disponga de dos o tres opciones para un nuevo pase, al final el equipo al que pertenece acabará marcando». Esta estrategia que él observa en el Barcelona, en el Liverpool de Klopp, en el modesto Leicester de Ranieri y en otros equipos,  la encontramos  también en el Atlético de Simeone o en el táctico Granada de Diego Martínez. Pone de relieve que el equipo está siempre por encima de las individualidades, y que éstas funcionan cuando funciona la estrategia. La tarea del entrenador consiste en  «que la acción colectiva del equipo permita que florezca  la acción individual». Una estrategia, cuasi militar, que se lleva a cabo con los  «a priori» kantianos de la sensibilidad, espacio y tiempo, vividos cada vez con mayor angustia en jugadores y espectadores, tras la introducción de las nuevas tecnologías en el arbitraje: fueras de juego, penaltis, goles… eternizan la espera del veredicto del VAR.

El fútbol crea, en torno a un equipo, identidades de personas de todos los niveles sociales, sin conocimiento mutuo. Lo vemos, sobre todo,  en los campeonatos mundiales y en cada derby. El Barcelona y Athletic de Bilbao son dos ejemplos que aglutinan sensibilidades en torno a  «las formas más retrógradas y atávicas de  nacionalismo», más allá de los resultados deportivos. Porque «el fútbol es el teatro de la identidad: familia, tribu, ciudad, nación. Pero presenta esa identidad desde apartados siempre retorcidos, complicados…»: Camp Nou.

Incide también en la conexión intrínseca que hay entre fútbol y violencia, entre fútbol y guerra, entre fútbol y racismo. Recogiendo el pensamiento de Walter Benjamin, dice que «el fútbol no consiste en una pacificación de la violencia, sino en una cierta organización legal de la violencia». Y termina resaltando este hooligan del Liverpool: «Si el fútbol es una imagen de nuestra época, en él vemos lo peor que nos rodea, sus aspectos más chillones, con todo ese despliegue de opulencia y poder financiero».

Son bastantes más los temas que desarrolla, mostrándonos algún aspecto de grandes jugadores y entrenadores de los últimos sesenta años, y, en especial, de Zidane y Klopp: la pasión, la catarsis, la nostalgia por jugadores, entrenadores o viejos estadios, la estupidez, la historicidad… En fin, nos da una «poética», un conjunto de principios, para una mejor comprensión de un espectáculo que muchas veces sólo seguimos bajo la irracionalidad del sentimiento.

Publicado en IDEAL de Granada el miércoles 6 de Febrero de 2019

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