Cándida

18 DE ENERO DE 2016

Hoy hace dos meses, mamá, que nos miraste por última vez. Eran las dos de la mañana. Te resistías a partir. La tarde del diecisiete vinieron Miguel, Mª José, Paloma, Helen, Pepe, Carlos… de Barcelona y Madrid. Allí estábamos también Miguel y  Mª del Mar, Antonio y yo, Delia, Cloti y Loli. Y tu sobrino Pepe, que cada tarde bajaba de Albuñuelas para estar a tu lado en tus últimos días. Tu primer sobrino, al que tú acunaste y cantabas nanas de soltera, y de niño te traías a Lobres, cuando te casaste. Cansado por  sus muchos avatares, callaba y sufría a tu lado,  repasando un aluvión de recuerdos e historias familiares.

Queríamos acompañarte en los últimos momentos. La tarde se hizo eterna. El dolor inundaba la habitación del hospital. No cabía en ella. Salía por los pasillos. Llegaba hasta Barcelona, donde Eva vivía las náuseas del nonato Jaime, tu último bisnieto, y la rabia de no estar a tu lado.  El silencio ahogaba nuestro llanto. Pasaron las doce. Pasó la una. Te resistías a partir. En un par de ocasiones dio la impresión de que te faltaba el aliento. Pero no. Es que estabas haciendo el último esfuerzo para ver si nos encontrábamos allí. Porque tú no querías estar sola en los últimos momentos. No. Querías sacudirte ese medio siglo en que te habías curtido con la soledad, tu compañera casi inseparable. Y, a las dos y cinco, nos sorprendiste con tu última mirada: abriste los ojos un instante con la poca energía que te quedaba. FUE TU ÚLTIMO ADIÓS.

Ya han pasado dos meses. No sé si es una eternidad o un instante. Porque he perdido el concepto del tiempo. Y el día gris y lluvioso ha acentuado la tristeza en mi alma. Esta mañana he visitado tu tumba, con la lápida nueva, tus flores… (que, por cierto, tengo que renovar). Allí estás con los abuelos, con los que decidiste estar. Al lado de papá y de Miguel. Pero aún no me hago a la idea… Porque, a pesar de nuestras diferencias, o tal vez por ellas, te siento, a cada instante,  muy dentro de mí. Cada mañana estás en el teléfono, que no me coges. ¿Has ido a tirar la basura? A las tres te veo terminando de fregar los platos… Para pasar la tarde con Tele 5 o Canal Sur.

Me da pánico tocar tus cosas. Tan ordenadas…  Porque estás en ellas: fotos de primeras comuniones, de la escuela, de mis tiempos de futbolista en Valladolid o en Santa Fe, de la mili de Miguel o de Antonio. Fotos de tus nietos y bisnietos, de tus sobrinos…  Fotos de hace setenta, cincuenta, treinta, cinco, dos… años. Documentos o recibos perfectamente organizados: Luz, agua, electricidad, contribución… Permisos de obras… Me da pánico, porque no las ordenaré como estaban en sus carpetas… Y te molestaría…

Cuando me acuesto, pienso en si te habrás acostado o seguirás viendo la tele. Todavía no me acostumbro a que no estás. Cuando voy a regar las macetas, pienso que es tu encargo. Y riego también el limón y la maceta de la puerta. Me lo pedías… Y miro el buzón… Creo, o quiero creer, que estás fuera. Que vas a volver. Por eso está todo en orden. Para que no se note tu ausencia. Ausencia que imprime cada día más en mí tu presencia.

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