La obra literaria

            La oferta de nuevos títulos de obras literarias es incesante. Los medios de comunicación nos acercan a las mismas a través de especialistas en crítica literaria o de entrevistas a los autores, que quieren dar a conocer su creación a los lectores. Los críticos de prensa suelen esbozar, con mayor o menor extensión, las novedades formales y  temáticas que podemos encontrar en la obra, así como las diferencias con sus publicaciones anteriores, si las hubiere. Pero es frecuente leer u oír entrevistas, en las que los autores suelen aplicar la eutanasia a la «criatura» que acaban de alumbrar. Y esto sucede cuando un novelista, por ejemplo, pone nombre y apellidos reales a sus personajes, cuando encuadra los hechos en un tiempo concreto y en un lugar determinado. Recientemente escuchaba a un conocido periodista de radio y televisión, que promocionaba su última novela. Parecía un comercial, ofreciendo todas las características del producto. Sin embargo, Gómez-Jurado, al promocionar su última obra, «Todo vuelve», dejaba que el lector reescribiera la novela y estableciera los nexos con «Todo arde», y con el resto de su producción.

            La crítica literaria sirve para ampliar el campo de conocimientos a personas familiarizadas con  una obra o autor. Leopoldo de Luis, en «Antonio Machado. Ejemplo y lección», acaba con una brevísima recensión de cuarenta “títulos” de especialistas  sobre el poeta. Si leemos a Machado tutelados por la amplia gama de valoraciones  que los críticos nos ofrecen de la angustia, el sueño, el tiempo, Dios, el camino, la soledad, el jardín, la tarde…., acabaremos realizando  un trabajo de ingeniería,  tratando de encajar los versos en las interpretaciones o las interpretaciones en los versos, para confirmar las pautas de los analistas. Veamos un ejemplo:  «Ayer soñé que veía / a Dios y que Dios me hablaba; / y soñé que Dios me oía… / Después soñé que soñaba». Con estos y otros versos sobre Dios nos ofrecen  una exégesis sobre la fe de Machado. Pero lo importante para cada lector es la interpelación que le hacen esos versos, como si fuera un texto evangélico, que exige una respuesta individual a cada creyente.

Del mismo modo, si leemos El Castillo o El Proceso de Kafka, somos nosotros los que nos transformamos  en protagonistas de las obras: la profecía kafkiana toma cuerpo en cada uno de nosotros, atrapados por la burocracia, el bombardeo de la publicidad,  el silencio de la Administración a nuestros problemas concretos, por la pérdida de la intimidad que nos han robado las nuevas tecnologías… Sólo tenemos que cambiar los nombres de los personajes, K. o Josef K., por el nuestro, e intentaremos escapar a la camisa de fuerza con la que nos inmovilizan los poderes fácticos.

Las grandes obras literarias se pueden leer y releer, porque siempre vamos a descubrir algo nuevo. Nuestro estado de ánimo, las nuevas circunstancias en que nos encontremos, el contexto social que nos rodee… nos ofrecerán contenidos e interpelaciones diferentes en cada momento, sea para disfrutar, sea par cuestionar nuestra existencia, sea para «metamorfosearnos» en esta sociedad cada vez más kafkiana.

Publicado en IDEAL de Granada el sábado 20 de enero de 2024

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