Gracias, Greta

            La joven Greta se ha convertido en el estandarte, en el icono de la lucha contra el cambio climático. Desde setiembre vengo leyendo y oyendo  valoraciones, en diferentes medios de comunicación, acerca del personaje, de su familia, de su entorno, de su formación… Valoraciones que generalmente han sido negativas, incluso despiadadas,  y que se han acrecentado desde que emprendió viaje en catamarán desde Estados Unidos a España.

            Lo grandes mitos clásicos fueron modelados,  por la tradición oral o escrita, bastantes años después de su desaparición.  Cuando ya el tiempo había devorado las sombras que persiguen a todo ser humano. Sin embargo, los líderes, los ídolos de nuestros días son «flor de un día», tanto si pertenecen al ámbito deportivo, como si se dedican al ejercicio de la política o del arte. La vida privada, las relaciones con hacienda, el perfil ideológico… acaban emponzoñando la figura de cualquier genio.

            Greta, por ahora, florece en un jardín bien cuidado. Libre de la contaminación de los medios voraces, de los humos de las fábricas y de los motores de combustión,  nos está invitando a retomar la vida natural, a avanzar raudos a lo que fuimos: indígenas.   Ella no es una científica, no sabe química, no conoce las características de los «clorofluorocarbonos» (CFC). El destino le ha encomendado otra función mesiánica: condenar a los políticos por ineficaces ante la inminente desaparición de la vida sobre la faz de la Tierra, y hacer que su evangelio lo abracen todos los que quieran salvarse. Por ello ha abandonado la escuela, donde los docentes no conciencian a los jóvenes de los problemas medioambientales, de las postrimerías de la vida planetaria. Su figura hierática, inexpresiva, angustiada, como un icono bizantino, acordonada por fuertes medidas de seguridad, arrastra tras sí masas de feligreses y medios de comunicación que difunden al mundo su mensaje lacónico, publicitario.

            Gracias, Greta. Gracias, porque nos has despertado del sueño consumista, de la indolencia contaminadora. Gracias, porque, como los grandes profetas, con tu infelicidad nos vas a devolver la felicidad. Aunque, para algunos, ya va a ser corta, por nuestra avanzada edad. Gracias, porque voy a volver a la casa de mi infancia: sin agua corriente; con un patio, un huerto y un corral; con gallinas, conejos, un cerdo, una cabra, una burra, dos gatos, seis palomas… Con una bicicleta BH para ir a la playa y a los pueblos vecinos… ¡Qué placer ordeñar la cabra cada mañana! ¡Qué satisfacción buscar hierba para los conejos e higos para el marrano! Porque mis animales no comían pienso compuesto. No usaré refrigerador. Verduras y fruta de temporada, leche del día, carne a la orza, un conejillo de vez en cuando… (sin que se enteren los veganos). ¡Qué placer no tener que ir ya a la escuela con D. Manuel, con D. Florentino…! Ni a la Universidad de adultos. Esto es para los jubilados aburridos de la ciudad, que conocen la vida retirada sólo por el «Beatus ille…» horaciano.

Aunque no sé, Greta, si los políticos, a los que tú increpas, me permitirán tener todos los animales juntos, como antes. Sin calefacción, porque el estiércol mitigaba los rigores del invierno. Dudo de que los vecinos no denuncien por los olores de los animales, y de que los veterinarios  no impongan a mi mini-granja  los criterios higiénicos de un hospital… Porque los veterinarios son ya el séptimo poder de esta sociedad. O que tenga una nueva «Animal farm» (Rebelión en la granja): porque los animales, sabes tú, tienen más derechos que nosotros. Desgraciadamente, sin deberes.

Siento, Greta, que seamos pocos los que podamos «avanzar al pasado»: los que tenemos tierras feraces, con varias cosechas, para supervivir. ¿Cómo sobreviviréis los ciudadanos y los jóvenes «ninis».

Publicado en IDEAL de Granada el viernes 13 de Diciembre de 2019

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