Autoafirmación

 

Históricamente hemos revestido al ser humano de una aureola de divinidad: hijo predilecto de los dioses; portador de valores eternos; realidad absoluta que siempre ha e tomarse como fin, nunca como medio; ser inviolable… Esto ha generado una serie de movimientos, cuya misión radica, bajo distintas denominaciones, en defender los derechos inalienables de la persona. Pero, con frecuencia, olvidamos que el hombre ha surcado la historia sembrando sangre con la quijada, la honda, el puñal, la pólvora  o la radioactividad.

El hombre es todo y nada: grandeza e insignificancia, misterio y pasión, amor y odio, moderación y desenfreno, inteligencia e instinto… En esencia es una tendencia vital que aglutina, cohesiona y da sentido a esa variopinta gama de comportamientos: el Eros, el instinto de conservación o al necesidad de autoafirmación.

Cuando el niño nos dispara su rifle de juguete, cuando el maestro sustituye el diálogo por el autoritarismo, cuando el amor se convierte en odio, cuando el parado asesina brutalmente al empresario que lo despidió, cuando alguien desploma su cuerpo atenazado por la histeria o la epilepsia, cuando se compite por el éxito olímpico, social, político o económico…., bajo los signos de la agresividad o del amor, siempre se busca la autoafirmación, la supervivencia vital o personal.

(Pblicado en DIARIO DE GRANADA, el día 12 de Agosto de 1984)

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