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Juan José Millás colabora los domingos en el programa de radio «A vivir que son dos días», con Javier del Pino. Tiene la singularidad de sumergirse en lo que Unamuno llamaba la «intrahistoria»: el trabajo anónimo que sostiene al país. Labor sacrificada de personas sin reconocimiento oficial ni público, que con sus impuestos sostienen las pensiones y los servicios públicos. Igual analiza el espacio angustioso de una UCI que la artesanía de una panadería tradicional, donde se respira todavía esencia a pan.

Hace unas semanas me sorprendió comentando irónicamente la fecha de la renovación de su DNI. Pensé que utilizaba su seca ironía. Pero cogí mi último carné, que apenas tenía veinticuatro horas, y me quedé petrificado: validez 01/01/9999. Un aluvión de preguntas bloquearon mi mente. Al funcionario que tuvo conmigo la misma paciencia que el de  Millás, al tomar mis huellas dactilares, le comenté que sería la última renovación, pensando en los tiempos que corren y en la cantidad de amigos y conocidos que voy dejando en el camino. “No, lo veo muy joven”, me contestó amablemente. E, insensato de mí, pensé que la vida me permitiría otra cita.

¿El diseñador del programa informático habrá pensado que los nanorobots nos van a regalar ocho mil años de vida? Entonces, ¿cómo agenciará el Gobierno nuestras jubilaciones? ¿Cuántos siglos esperaremos en las colas para renovar? ¿Permitirán las huellas y la cara de este documento identificarnos dentro de un siglo? ¿Querrá profetizar la fecha del Juicio final en el Valle de Josafat? ¿Broma, sarcasmo o realidad? No cabe duda de que “allegados a esa fecha, seremos iguales los que vivimos por nuestras manos y los ricos”, según Manrique.

Y con estas preguntas retóricas, y muchísimas más, vemos que la Muerte, cambiando la guadaña por el Covid-19,  con hábiles mutaciones, sigue driblando  los adelantos de la ciencia y sembrando el pánico en el Universo. La sabiduría popular, recogida en Génesis 3,19 nos recuerda: «Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris». La estadística coloca en un siglo el listón de la vida. Por lo que tenemos contadas las Navidades por celebrar. Resulta de mal gusto fijar un número «periódico puro» para la fracción de tiempo que nos ha tocado vivir. Porque esa cifra nos hace inmortales. ¿Y quién soportaría su inmortalidad  y la de los demás?

Publicado en IDEAL de Granada el domingo 3 de enero de 2021

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