Estrellas fugaces

En la sociedad helena había, según Píndaro, tres clases de seres por encima del reino animal: los dioses, los héroes y los hombres. Los héroes son personajes que lucharon en el pasado en defensa de su pueblo y que reciben culto, aunque diferente al de los dioses. Los héroes, que iluminan el firmamento de la cultura griega, son seres que cobran realidad a través del mito, del relato, de la narración del poeta. Prometeo, Aquiles, Héctor, Ajax… Todos contribuyeron al desarrollo de su pueblo con la técnica, los descubrimientos o la defensa.

La Edad Media crea, a través de los Cantares de Gesta, otros héroes que van a marcar la historia de sus pueblos: el Cid en España, Rolando en Francia, Beowulf en Inglaterra, o Sigfrido, Cantar de los Nibelungos, en Alemania. Es también el poeta el que troquela el alma de estos personajes, con rasgos muy similares a los de la antigua Grecia.

En la Edad Moderna, con historias controvertidas algunos y con menos literatura, han cristalizado figuras, iconos, que permanecen en la cultura popular y que dinamizan movimientos de luchas sociales o independentistas: Marx, Che Guevara, Simón Bolívar, Prat de la Riba, Sabino Arana, Blas Infante… En estos casos la filosofía o la praxis de los personajes es la que ha modelado el arquetipo que mueve a determinadas masas a imitarlos.

Pero, desde que los medios de comunicación, a través de las nuevas tecnologías, nos transmiten la información al instante y “a la carta” sobre cualquier acontecimiento, los héroes, las estrellas, se apagan al amanecer. Históricamente los héroes histórico-religiosos poseían una entidad más cultural que real, ya que el poeta o el hagiógrafo eran los verdaderos artífices de su existencia. Pero hoy la vertiginosa velocidad de los acontecimientos y la inmediatez de la información no permiten a ningún divo una larga estancia en el pódium de la gloria. Lo estamos viendo en el ámbito de la política, donde las sombras de la corrupción o de los líos amorosos acaban oscureciendo la vida de un líder y la esperanza de un partido o de un pueblo. Y, si nos trasladamos al campo del deporte o del arte, en cuyo firmamento brillan más estrellas, nos sorprende la fugacidad de las mismas. La estrella Justin Bieber que ha obnubilado a millones de jóvenes con su figura y su música, vemos que chapotea por los lodos más corrosivos: droga, alcohol y prostitución. Por lo que ya se enfrenta a los primeros problemas con la justicia.

Afortunadamente o desgraciadamente, en el héroe clásico se desconoce la cara negativa del personaje, aunque A. Gala recreara literariamente, en “Anillos para una Dama”, el abandono de Jimena por el Cid, y los amores de la primera dama con Minaya. Por ese motivo, tanto el héroe como el santo son modelos para su cultura o su fe. Lo paradójico, en casos como el de J. Bieber, M. Jackson o Maradona, es que siguen arrastrando a las masas en los conciertos, ante su tumba o en las deplorables comparecencias del astro argentino en los escenarios deportivos o sociales. Paradójico y lamentable, si no se sabe deslindar el arte musical y futbolístico que encarnan, de la vida y la ética que representan. Porque la mayoría de sus fans no va a poder alcanzar el éxito en los escenarios ni sobre el césped, aunque sí va a tener muy al alcance de su cuerpo el letal veneno de la droga. Nos queda, con todo, la esperanza de que estrellas como Nadal, Gasol, Iniesta, Casillas… marquen el “norte” a jóvenes y mayores en el turbulento mar de nuestros días.

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