El odio

       En la Legua encontramos numerosas palabras «comodín». Son significantes que se han vaciado de significado y las utilizamos para albergar cualquier contenido. Cuando preguntamos a alguien cómo va la «cosa», hay que echar mano a la Pragmática (contexto, interrelación de hablantes, situación…) para conocer el significado. Porque puede referirse al negocio, al trabajo, a la relación de pareja, a la reparación de un motor… Lo mismo podemos decir de «asunto», «hecho»…

       El vocablo «odio» también se está desemantizando a causa de la politización que se viene haciendo de él. Desempolvando mis viejos apuntes de psicología, veo que «odio es una vivencia generada por un amor perdido y que genera sentimientos y deseos de destrucción de la persona amada y de sus pertenencias». Por si me encuentro desfasado en una disciplina en permanente evolución, abro el «Diccionario de los sentimientos», de José Antonio Marina, y dice que «lo opuesto al amor es el odio», o lo que es lo mismo: «Odio es antónimo de amor».

       Esto debe llevarnos a cuestionar el vasto campo de delitos, cuyo origen dicen que se encuentra en el odio: el antisemitismo, la aporofobia, comportamientos contra las creencias religiosas, contra la diversidad funcional, el racismo, la xenofobia, la discriminación por sexo, por género o por color… Cuando un «desalmado» agrede a un sintecho, ¿se puede hablar de odio? ¿En qué cabeza cabe que alguien odie a un discapacitado? ¿La discriminación por sexo es fruto del odio o es la pervivencia de viejas culturas con trasfondo religioso, cristiano o musulmán? No descartemos tampoco que esta discriminación hunda sus raíces en una biología que no sólo no se ha humanizado, sino que ha pervertido la «animalidad» inherente a la naturaleza humana.

      Las actuaciones delictivas de las personas deben ser juzgadas por los daños físicos, psíquicos o patrimoniales que causen, así como por el contexto en que se realicen. No por el sentimiento que las motiva. A no ser que se busque un «atenuante», pues, más que dominadores de los sentimientos, por lo general, somos víctimas de los mismos. Pero en este amplio espectro de comportamientos se quiere buscar un «agravante»: el odio. Y el Ministerio del Interior crea un grupo de estudiosos para que asesoren a las Fuerzas de Seguridad sobre el tema: cursillos, congresos, estadísticas de delitos… para que sepan descubrir  en los comportamientos citados,  y en todos los que se tercien, el ardiente y criminal sentimiento del odio. Palabra a la que los políticos han despojado de su unívoco significado, ampliando el campo de sus efectos a actuaciones en las que el binomio amor/odio es pura entelequia. La lengua, democrática por esencia, jamás se someterá al arbitrio del poder.

Publicado en Ideal de GRANADA el jueves 20 de mayo de 2021

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